#2 Un viaje inesperado

Rédigé le 26/03/2024
Jujue LV


Ah, ¡hacer autostop en San Martín! Siempre es una aventura. Hoy les voy a contar la historia de una escapada memorable. Mientras oteaba el horizonte en busca de mi próximo aventón, un coche sacado de una película postapocalíptica aminoró la marcha y se detuvo a mi lado. Con su carrocería arañada, una silla de jardín como asiento del pasajero y la puerta delantera derecha negándose obstinadamente a abrirse desde el interior, tengo que admitir que a primera vista me asusté un poco... ¡Bienvenido al encanto único de la escena automovilística de Saint-Martin!



El conductor, un joven chef de aspecto inverosímil, acababa de llegar a la isla y su excentricidad estaba tan marcada como su coche. Su rostro irradiaba la curiosidad y la vivacidad de los aventureros del mundo. Era palpable, este joven tenía historias que contar, historias que compartir.



Por el camino, me llevó a un viaje épico por Asia y América Latina, recorriendo las carreteras más remotas con su mochila y sus zapatillas de deporte. Evocó con pasión los exóticos mercados de Bangkok y Bali y el Ver-o-Peso de Belém. Bajo su narración hechizante, casi podía oler los aromas embriagadores de los puestos de Osaka o Bogotá, donde la comida callejera cosquillea los sentidos con sabores exóticos e insospechados.

En un pequeño cuaderno cuidadosamente guardado, anotaba todas las recetas que había aprendido en sus viajes, cada página llena de recuerdos, secretos culinarios bien guardados y encuentros memorables que habían moldeado su mente y alimentado su alma. Con cada anécdota, quedaba claro que su viaje no era simplemente una búsqueda de comida; era una búsqueda de conexión, una exploración de la esencia misma de cada lugar que visitaba.



Al subir una cuesta especialmente empinada, el coche tosió y tuvo problemas para avanzar. Pero con un poco de ímpetu y mucha determinación, finalmente llegamos a la cima, riéndonos a carcajadas de este calvario mecánico. Detrás de cada viaje se esconden tesoros insospechados.



Lectores, recordad: la aventura no siempre está en los coches relucientes, sino a veces en los vehículos más inverosímiles, conducidos por almas tan ricas como sus destinos. Esta experiencia me recordó una lección inestimable: nunca juzgues un libro por su portada, porque a pesar de la modesta apariencia de su coche algo confuso, este joven cocinero era la encarnación misma de la riqueza de la experiencia humana.


Esto no es un llamamiento a abandonar todo sentido común, sino simplemente un recordatorio para mantener la mente abierta. La verdadera riqueza no se mide en bienes materiales, sino en recuerdos, encuentros y momentos compartidos.



¡Nos vemos pronto en una nueva aventura de la Crónica del autoestopista!